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sábado, 30 de mayo de 2015

El Trabaleguas

Una de las leyendas totonicapenses de mayor aliento literario es la siguiente:
Cuentan que en San Francisco El Alto, que en una ocasión el Tragaleguas de San Francisco, hizo un viaje a la costa y a su regreso traía agua del mar, en un tecomate, y un volcán que venía cargando. Al pasar por Atitlán se sintió muy cansado y se durmió. Ahí vació su tecomate y dejó el agua que había traído. Entonces formó el lago de Atitlán.

Siguió caminando con el volcán que traía cargado y cuando llegó a un lugar llamado Santa María, se sintió nuevamente cansado y entonces también lo dejó y después lo llamaron el volcán de Santa María. Sólo regresó con sus ponchos, los que vino a dejar en el cerro de este lugar, al que le llamaron cul (poncho, chamarra de lana). Después, en este lugar se formó el pueblo para recordar al Tragaleguas de San Francisco, que aquí dejó sus ponchos con el que viajaba.




Los Aj'tzijol K'ulmatajem de Momostenango, aseguran que un hombre había viajado a vender ponchos a Huehuetenango, y cuando venía de regreso dispuso bañarse en el Río Negro. Se estaba sumergiendo, cuando vio una gran culebra que salía del río y escupía con gran fuerza en la orilla. Luego la culebra se metió otra vez al río y desapareció. El hombre, todo asustado, fue a ver qué había en la escupida y encontró una bola de metal que brillaba. Se la metió en el morral, pero cuando iba caminando se dio cuenta que entendía el lenguaje de los árboles, de los cerros y de los animales. Entonces cayó en cuenta que la bola de metal era mágica, porque la culebra que había visto era Gukumatz'. El hombre regresó a Momostenango, se volvió muy sabio y muy feliz, porque entendía todo lo que los animales y los árboles sentían y querían. Su mujer, "que lo veía raro porque hablaba solo", le insistió tanto, que el pobre hombre le dijo el secreto y le enseñó la bolita de metal. Luego, vino un gran viento, se apareció Gukumatz', le quitó la bolita y el hombre se murió.

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